Por Paula Silva, ejecutiva de cuenta senior de Strategika
Toda persona tiene tres vidas, dijo García Marquez. La pública, la privada -a la que se llega por invitación- y la secreta, que no es de incumbencia de nadie. Esta frase, dicha hace algunas décadas, se hace cada vez más concreta en la era de las redes sociales. Los nativos digitales no dudarán en poder clasificar las diferentes plataformas en cada categoría: Twitter e Instagram son públicos, Facebook y Whatsapp es privado, y el secreto, que se quede así de momento. Incluso las empresas pueden definir sus propios espacios, los que terminan en las manos de sus equipos comunicacionales o sus representantes.
El problema surge cuando no tenemos discursos alineados en las tres vidas y no son nativos digitales los que están a cargo de dejar clara la división. La complicación es comprensible, especialmente para quienes en general no han debido tener cuidado con sus opiniones o actos y no han estado preocupados de mantenerse al día con los desafíos que va imponiendo el desarrollo tecnológico. Tal como la ribera de un lago es un espacio público, donde debemos respetar lo “políticamente correcto”, también son públicas las redes sociales: están a la distancia de la palma de las manos de todas las personas, disponibles, listas y a la espera de información que genere clicks. Mientras más lejos esté el discurso de la acción, mientras más polémico sea, más “políticamente incorrecto”, más revuelo generará.
Esto nos pone en un dilema que ronda hace algún tiempo el mundo del arte: la posibilidad de separar al artista de su obra. A la persona, con sus opiniones y su cosmovisión, sus hechos y sus fallas, separarla de su profesionalidad, de su expertise. Por años, esa pregunta no se pudo responder, es así como terminamos con poetas y grandes artistas, cuyas obras y visiones del mundo son cuestionadas por sus nuevos lectores, sus nuevos auditores: por las nuevas generaciones.
Hoy, las redes sociales, sin haber formulado la pregunta, sin establecer el debate filosófico, sin pasar por el juicio, entregan un dictamen. Las comunidades que se generan en estos espacios no temen asociar un nombre a una marca, y las compañías a nivel internacional están comprendiendo este fenómeno, siempre buscando la forma de capitalizar y acercarse a sus grupos objetivos. Es así como Nike en USA no temió alinearse firmemente con la comunidad que mayores ingresos les da; o como la última ceremonia de los premios Oscar se quedó sin conductor. Son ejemplos distantes, pero que marcan una línea clara, adelantando lo que se ve como un cambio importante a nivel cultural, que sin dudas llegará a modificar los hábitos de consumo de los más conectados.