Este artículo fue escrito por Paul Venturino, director ejecutivo de Strategika y profesor asociado en la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Finis Terrae, para el Observatorio Internacional del mismo plantel.

La polarización de la actual campaña para la presidencia de Estados Unidos ha modificado el espectro de los planteamientos y los ataques discursivos, generando una mayor cantidad de mensajes extremos, que han hecho a muchos preguntarse qué tanto se juega en ella. Como en cualquier tema en que Donald Trump participa, hay que ser muy cuidadoso para entender los discursos y, por supuesto, lo que se está disputando.

Si bien es evidente que Estados Unidos no corre el riesgo de convertirse en Venezuela, ni que Joe Biden es un adalid de la izquierda global como le ha acusado su rival, es importante analizar cuál es el eje de posicionamiento del candidato demócrata, que posee importantes posibilidades de convertirse en presidente del país.

Su posicionamiento puede ser visto desde dos perspectivas: una negativa/pasiva y otra positiva/proactiva.

El efecto coronavirus y la explosión social

La negativa implica que Biden se plantea pasivamente como lo opuesto a Trump. Ello implica, discursivamente, que el demócrata se posiciona desde la mirada de recuperar valores tradicionales de Estados Unidos que “unificarían las grietas” del país sobre la base de un espíritu democrático y de respeto a las instituciones. Y, además, recuperar el lugar que los demócratas tuvieron entre los trabajadores de las industrias del país, como el partido que mejor defiende sus derechos y anhelos.

Este posicionamiento pasivo por oposición se ha visto fortalecido por la crisis del coronavirus y por la errática gestión de la crisis provocada por el conflicto racial que ha tenido Donald Trump. En ambos casos, la estrategia habitual del actual mandatario -negar hechos que le son contrarios, acusar a los medios de comunicación, y extremar argumentos relacionados con la delincuencia y el ánimo de dañar al país- ha sido muy poco eficiente.

En el caso del covid, los contagios y muertes suben fuertemente debido a políticas de salud laxas y no estandarizadas, cuyo epítome es la estrategia de la “inmunidad de rebaño”, promovida por Scott Atlas, el asesor especial para la pandemia. Pero no solo tiene que ver con las medidas sanitarias, sino también con el rol del mandatario, quien se ha negado sistemáticamente a utilizar mascarillas o seguir medidas de cuidado, como una forma de mostrar que el virus no es relevante y que atacarlo por ello es una más de las medidas de sus enemigos.

Biden por su parte, ha aplicado una exitosa campaña de minimizar intervenciones sobre este problema, recluyéndose por un buen tiempo en su hogar y destacando la importancia de cuidar la salud y a las personas que, como él, pueden ser grupo de riesgo.

En este sentido, es interesante que su habitual falta de brillo y carisma -que lo han hecho un buen vicepresidente- en este caso han jugado a su favor, mientras su oponente trata de culpar a otros por los problemas de la pandemia y los efectos económicos de ella.

En el caso de los conflictos raciales, que podemos calificar como una explosión social en las ciudades en que se han producido, también ha ocurrido el mismo proceso propagandístico y de comunicación: baja empatía de Trump deslindando responsabilidades, atacando a sus oponentes y planteando que “los demócratas quieren quitar financiamiento a la policía”, mientras que Biden mantiene una posición calma y empática, esperando pacientemente a que su rival cometa más errores que le impliquen una sanción desde la opinión pública.

En este sentido, la pasividad de Biden -que habitualmente fue considerada una de sus debilidades- ha actuado a su favor ya que su rival ha tratado de potenciar sus características distintivas hasta el hartazgo, tratando de emular el éxito de su primera campaña presidencial. El discurso violento y confrontacional de Trump -visitando las ciudades en problemas, pero no buscando un acuerdo- ha hecho que en vez de ser percibido como una figura que aporta soluciones, sea visto como un provocador que no logra controlar las protestas y, por lo mismo, un mal gestor.

En este caso, Biden tiene la ventaja de que no está encargado de ningún puesto ejecutivo, por lo que no se ve salpicado y, por el contrario, tiene la libertad para moverse en la empatía, en la comprensión y, principalmente, en el anhelo de tranquilidad y justicia.

¿Y qué viene ahora?

Pero lo cierto es que la campaña aún no entra en tierra derecha y lo que queda es el espacio en el que Biden debe demostrar proactivamente que sí puede ser un buen líder y hacer realidad sus dos ejes: unir a personas e instituciones, y hacer que el país retome su senda de crecimiento y control luego de la pandemia.

Su programa tiene ejes que son una forma de continuar lo realizado por Barack Obama y, por supuesto, una forma de modificar parte importante de las decisiones de Trump en materias como la agenda de protección ambiental, el fortalecimiento de los apoyos a la clase media y la protección de salud promovida desde el Estado.

Es en esta línea que, en las próximas semanas, Biden comenzará a reafirmar sus mensajes, que se basan en lo que llama una reconstrucción de la clase media con justicia e inclusión. En este campo, una de sus propuestas clave es el aumento del salario mínimo y el recorte de la reforma impositiva de Trump, que permitiría al Estado norteamericano una mayor recaudación para financiar el llamado Obamacare y la extensión del seguro para la tercera edad, conocido como Medicare.

En la misma línea, también plantea un fuerte impulso a la educación superior, especialmente la técnico-profesional, y promover becas para fomentar el acceso a las universidades.

Junto a ello, también propone que el Estado retome un rol de promotor de la economía a través de dos ejes: promoción de la economía verde, e inversión en infraestructura e industria. Con inversiones conjuntas que podrían alcanzar los US$ 3 billones, pretende retomar la senda ambiental y también promover industrias que ayuden a la transición del país a la sustentabilidad (lo que también es, en cierta forma, un ataque a Trump).

Un tercer eje, es recuperar el liderazgo internacional y, en la misma senda de Obama, estar presente en las discusiones internacionales para promover a Estados Unidos y para reintegrarlo en temas claves como el cambio climático (propone volver a los tratados internacionales) y en la integración económica de América del Norte.

¿Un socialdemócrata para el nuevo siglo?

Aunque la política norteamericana no suele ver con buenos ojos la lógica europea, el programa de Biden -al igual que muchos gobernantes luego de la pandemia- vuelve a las bases de la centroizquierda (versión norteamericana, eso sí), en la que respetando a los privados y la iniciativa individual, se hace cargo del rol del Estado como prestador preminente en áreas como educación salud, energía, innovación o infraestructura.

El diagnóstico no solo tiene que ver con Trump, sino con la evidencia de que el Estado debe ser fuerte -aunque no sea grande- para ser efectivo y para recuperar la confianza de las personas.

Solo queda por ver si esta vez las encuestas sí aciertan al resultado y Joe Biden se convierte en el nuevo Presidente de Estados Unidos.